sábado, 25 de mayo de 2019

ENTREVISTA CORDIAL

Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) célebre escritor de la época, se ofrece a darnos unos minutos y contarnos su experiencia en la posguerra española en un núcleo de provincias. En Fantasmas del invierno, el escritor recrea los difíciles tiempos de una época, según el autor, de "derrota absoluta, de miseria moral y política". "Fueron años en los que la inocencia no tenía cabida, y de ahí que la novela retrate a unos seres atormentados en los que hay un pálpito constante de remordimiento".

P. ¿Cuánto de realidad y ficción hay en esta obra basada en su experiencia en la posguerra?

R. La huella de la realidad tiene una presencia importante. Esa distancia que se mide en la memoria, en las sensaciones lejanas, en recuerdos sueltos y perdidos, que seguro que provienen de un tiempo de posguerra y que son como huellas hondas en lo que puede ser la lejanía de mi infancia. Eso es lo que me queda a mí de la realidad de la posguerra, la mirada de un niño, ciertos presos, sonidos extraños en la noche, alimentos, olores, el pan negro. Ésa es la realidad. Luego, con la lejanía viene la elaboración de la imaginación y la posibilidad de acercarse a ese mundo y a ese tiempo a través de un cristal que le da una aureola legendaria. Me parecía que yo podía contar algo de aquello, un año de posguerra en esas ciudades de sombra en las que me muevo últimamente.

P. ¿Cree que la posguerra española ha sido muy diferente de las que se han vivido en otros lugares del mundo?

R. La posguerra que yo narro se parece a todas. Es el tiempo de los escombros que hay detrás de una guerra, el tiempo de la degradación moral, del sentimiento de pérdida, de liquidación, de derrota y de secreto y desgracia. Las cosas que han ocurrido están guardadas en el secreto y la consigna es el silencio. Se habla bajo y casi siempre de noche. Todo el mundo anda escondido, unos por la vergüenza de lo que hicieron, otros por lo que dejaron de hacer y otros porque han llegado casi a la inexistencia y les han quitado todo hasta el límite, su propia dignidad. Todos esos elementos los he utilizado para escribir una novela que tuviera una aureola legendaria y he tratado de lograr que eso tenga un relumbre o una tonalidad que lo haga inolvidable porque lo propio de la posguerra es que sea olvidada.

P. ¿Hay alguna imagen que no ha podido borrar de su memoria?

R. En plena época de racionamiento observé cómo una persona salía con su asignación de aceite en una botella de cristal, se resbaló y el preciado líquido quedó derramado en la acera. Aquello me pareció una tragedia.

P. Hay muchas novelas en la literatura española sobre la guerra civil y no tantas sobre el periodo posterior. ¿Es más doloroso escribir sobre esa etapa?

R. La guerra civil se convirtió en el gran arquetipo de la confrontación de las libertades y es, sobre todo, una guerra fratricida, de guerra entre hermanos, fue un espejo internacional y hay una gran épica popular que sigue siendo un venero extraordinario. La posguerra es un tiempo de vergüenza, es más propicia a los olvidos piadosos. Yo deseaba escribir sobre ese periodo, pero no desde lo sociológico y testimonial, como han hecho ya otros novelistas, sino desde una perspectiva legendaria.
Y es por lo que, aunque me costó, logré montar una leyenda oscura, con ese brillo turbador de lo siniestro, el peso de la desgracia, de la ruina, de la desolación.

P. Sus recuerdos de infancia son de la posguerra. ¿Fue un tiempo difícil?

R. Me considero un niño de la posguerra y fuimos dueños de una infancia extremadamente secreta. Tanto que la mía sucedió en un desván, el del Ayuntamiento en el que vivía, en el que había objetos de un hospital de sangre del frente y estaban los libros y objetos requisados durante la contienda. Esas infancias fueron robadas. Fueron propicias a que todos se escondieran. Eran tiempos en los que no se podían preguntar determinadas cosas, y quienes habían sobrevivido estaban conmovidos y perturbados por muchas sensaciones que no entendían del todo.

P. ¿Ordial se asemeja al lugar en el que vivió?

R. Es una ciudad de sombra. En ese territorio de ficción hay ciudades de sombra, espacios urbanos sin delimitación precisa, que suscitan cierta inquietud, que se atienen a la aureola del misterio que irradian la antigüedad y la noche, el tiempo que no se percibe porque parece inmovilizado. En Ordial nieva intensamente, los lobos bajan del monte hasta la ciudad y se producen algunas muertes violentas, lo que no contribuye precisamente a que sus habitantes se recuperen de la reciente tragedia de la guerra y consigan olvidar.

P. ¿Los fantasmas se entremezclan en la novela con los seres reales?

R. La ciudad es fantasmal, al igual que los seres que la pueblan. Casi todo ocurre de noche, porque la noche es el refugio de los supervivientes, la oscuridad de la vida, de los recuerdos echados a perder, del temor, del secreto, de lo prohibido.

P. Uno de los puntos clave de la novela es el orfelinato. ¿Cómo logra describir tanta dureza?

R. En ese lugar se encuentran unos niños que son los representantes más dramáticos de la inocencia llevada al límite del desamparo y la desgracia que es la orfandad absoluta, y esa subsistencia en una suerte de menosprecio. Toda la novela en conjunto es de seres atormentados. Hay una monocorde música del remordimiento. El tormento interior de los personajes es muy intenso y hay muchos elementos destructivos que están en la herencia de la guerra. La guerra se consumó, tiene sus muertos y sus muertes y es el límite de lo terrible, pero en su herencia quedan los escombros y los restos atormentadores de esa experiencia, que puede perturbar las conciencias, que puede dar una violenta lucidez al deterioro moral de lo que sucedió y de lo que está ocurriendo. Me interesaba la fábula en ese momento. Ésta es una historia de fantasmas, despojos y ruinas.

P. ¿Tiene intención de volver a Celama?

R. Me fascinan los pintores que siempre pintan el mismo cuadro y es maravilloso porque cada vez llegan más lejos. Como escritor, siento que voy liquidando las cosas que cuento. El mundo de Celama, en vez de ser un mundo que se sigue abriendo, es un mundo que con cada novela se va cerrando. Celama es una trilogía cerrada, pero que me ha abierto otros conductos, vías de comunicación con las ciudades de sombra. De Celama sólo me queda hacer un libro de viajes convencional para viajar por ese mundo. Alguien va a entrar en ese mundo y va a viajar para recoger un abanico del personal humano y de los lugares que hay allí.

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